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Autor: Charlaine Harris Carpeta blanda, 292 páginas Inglés #1 New York Times and USA TODAY bestselling author Charlaine Harris is at her best in this alternate history of the United States where magic is an acknowledged but despised power in this third installment of the Gunnie Rose series.Picking up right where A Longer Fall left off, this thrilling third installment follows Lizbeth Rose as she takes on one of her most dangerous missions yet: rescuing her estranged partner, Prince Eli, from the Holy Russian Empire. Once in San Diego, Lizbeth is going to have to rely upon her sister Felicia, and her growing Grigori powers to navigate her way through this strange new world of royalty and deception in order to get Eli freed from jail where he’s being held for murder.Russian Cage continues to ramp up the momentum with more of everything Harris’ readers adore her for with romance, intrigue, and a deep dive into the mysterious Holy Russian Empire.
Yayoi Kusama is an innovative and notable visual artist born in 1929, in Matsumoto, Japan, who has left significant traces in the future of contemporary art history. Critics have considered her a…
“El mundo se mueve despacio y es difícil ver las nuevas verdades”. Fue la respuesta del inventor Nikola Tesla (1856-1943) al ver el revuelo que había creado él mismo tras la presentación de su nuevo modelo de transporte eléctrico e inalámbrico el 8 de diciembre de 1898 en el Madison Square Garden de Nueva York. Entonces la novedad del invento de Tesla no estaba en sus motores eléctricos: el primer coche eléctrico había visto la luz en 1830 y nueve años más tarde lo hacía el primer barco. De hecho, y por increíble que parezca, para la década de 1880 las calles comenzaban a contemplar los primeros vehículos eléctricos para el día a día. Lo que verdaderamente resultó novedoso de aquel invento de Tesla a finales del siglo XIX fue que el vehículo se movía por sí solo. Para muchos aquello era más un truco de magia que algo que tuviera que ver con la tecnología. Por aquel entonces, pocas personas conocían que las ondas de radio existían y Tesla era visto como un excéntrico que, a menudo, traspasaba todas las fronteras de la ciencia con sus disparatados inventos. Aunque lo que muchos no sabían es que no era un barco eléctrico más, sino que estaban ante el precursor de la tecnología autónoma. El 1 julio de 1898 Nikola Tesla había presentado ante la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos su método y aparato para controlar el mecanismo de movimiento de buques y vehículos. En el documento explicaba que su tecnología no precisaba de claves ni de conductores a bordo y describía un dispositivo inalámbrico al que llamó teleautómata que funcionaba por ondas de radio y que era capaz de mover desde barcos y globos hasta automóviles. Ahora solo le faltaba mostrarlo, para lo que escogió la neoyorquina Electrical Exhibition celebrada a principios de diciembre de ese mismo año. Allí se instaló una piscina para la ocasión y, sobre ella, se colocó una pequeña embarcación de poco más de un metro de largo. La expectación comenzó cuando Tesla, desde la distancia y con una especie de caja con palancas en la mano, fue capaz de mover el bote e incluso encender y apagar sus luces. Parte de la culpa del gran revuelo que se generó la tuvo el propio Tesla quien, en un principio, les decía a los presentes que el bote seguía sus instrucciones verbales cuando, en realidad, lo movía a través del dispositivo inalámbrico. Aunque para muchos era inexplicable, la tecnología tenía todas las respuestas. Así funcionaba la barca sin conductor de Tesla El bote de Tesla estaba equipado con una antena que recibía las ondas de radio emitidas por el aparato de control remoto. A esta antena situada en el centro de la embarcación se sumaban otros dos receptores colocados en la proa y la popa y pequeñas bombillas. Estas luces ayudarían a cualquiera a medir la posición y la dirección del barco en la oscuridad. Además, el barco contaba una hélice de tornillo, una quilla y un timón situados en las mismas posiciones que las de cualquier barco. Dentro del casco había dos motores eléctricos, uno encargado de hacer girar la hélice y otro que era el sustituto del conductor a bordo y movía el timón. Ambos motores eran alimentados por una batería de almacenamiento, que también servía para hacer funcionar el resto del mecanismo de transformación de las señales de radio en movimientos del bote. Para ello, la otra pieza imprescindible era el puesto de control a distancia. Creado por el propio Tesla, se trataba de una especie de caja con un disco en su interior. Este tenía codificados los movimientos del barco y, según se movía, los transmitía por ondas hertzianas a la embarcación. Así, estos impulsos provocaban variaciones en los campos eléctricos y magnéticos del mecanismo del barco, que lo accionaba en una dirección u otra. Él mismo recogía en la patente admitida el 8 de noviembre de 1898: “Mi invención se diferencia del resto de los sistemas que se utilizan para mover objetos con cables o cualquier otra forma de conexión mecánica o eléctrica. Yo logro resultados similares en una forma mucho más práctica al producir ondas, impulsos o radiaciones que son recibidas a través de la tierra, agua o atmósfera por un aparato colocado en el objeto en movimiento y así causar las acciones deseadas siempre y cuando el cuerpo permanezca en la región activa de las ondas, impulsos o radiaciones.” Así que, como era de esperar, la sorpresa fue máxima. No obstante, los planes de Tesla iban mucho más allá de lograr impresionar a la alta sociedad estadounidense de la época. Con fines bélicos y el principio de los robots Con la presentación de Tesla, los titulares de los periódicos prefirieron centrarse en el uso del dispositivo como un torpedo controlado de forma inalámbrica para la guerra. Era algo que el propio Tesla ya había pensado y, de hecho, él mismo intentó venderlo sin éxito, junto a otras propuestas similares, al ejército de Estados Unidos para la guerra hispano-cubana. Sin embargo, la duración del conflicto -de poco más de tres meses- no le dio ninguna posibilidad. También en la patente describía que su barco podía utilizarse para “llevar cartas, paquetes, provisiones, instrumentos, objetos o cualquier tipo de material, y para establecer comunicación con regiones inaccesibles o explorar las condiciones existentes en las mismas” e incluso “para otros propósitos científicos, de ingeniería o comerciales". Aun así, los planes de Tesla eran ambiciosos. En una carta al profesor B.F. Meissner de la Universidad de Purdue (Estados Unidos) en 1890, él mismo explicaba que sus trabajos todavía podía ser mucho más novedosos: “Traté de abordar este campo desde cualquier ángulo; no me limitaba sólo a mecanismos controlados a distancia, sino que consideré la posibilidad de máquinas que desarrollasen su propia inteligencia (...) Creo que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que esté en condiciones de presentar un autómata que, por sí mismo, se comporte como ser dotado de razón, sin necesidad de enviarle órdenes siquiera”. Incluso auguraba: “Sean cuales sean sus posibilidades prácticas, estoy seguro de que marcará el inicio de una nueva era de la mecánica”. Además, como recoge Margaret Cheney en su biografía ‘Nikola Tesla: un genio al que le robaron la luz’, cuando se le preguntaron por el potencial de su barco teleautómata, respondió: “No es únicamente un torpedo inalámbrico, es el principio de una raza de robots, hombres mecánicos que harán el laborioso trabajo de los humanos”. Ahora, después de más de un siglo, podemos decir que Tesla no iba del todo desencaminado: Elon Musk, a través de la empresa que rinde homenaje al inventor, no solo ha revolucionado el sector de las baterías eléctricas, sino que, tal y como le ocurría a Tesla, ha hecho de la inteligencia artificial una de sus grandes obsesiones. ------------------------- Las imágenes son propiedad, por orden de aparición, de Wikipedia (1), (2).
There are plenty of reads coming out this spring that we're excited about by Black authors—from poetry collections to cultural essays.
You're guaranteed to have the most creative costume, especially since everyone else will probably go as sexy nurses or naughty school girls.
Designed by Isay Weinfeld. Located on 527 West 27th Street, in “the heart of West Chelsea” and overlooking the highline, Jardim is a set of two, 11-storey luxury...
Tatsuto Shibata is a talented young self-taught photographer and student, who was born in Kasumigaura-shi, Ibaraki, Japan and currently lives and works in New York. Tatsuto shoots a lot of...
Autor: Rupi Kaur Carpeta blanda, 256 páginas Español Segundo y poderoso poemario de esta autora best seller. Dividido en cinco movimientos (marchitarse; caer; enraizar; crecer; florecer), este poemario se desliza desde las profundidades de un desamor y el dolor que conlleva hasta la fuerza y la alegría que pueden florecer tras ese sufrimiento. Un vibrante y trascendental viaje sobre el crecimiento y la curación, la descendencia y el honor por las raíces de uno, la expatriación y la búsqueda del hogar en uno mismo. «Rupi Kaur está derrumbando los muros del sector editorial», The New York Times. «Otras maneras de usar la boca es, desde hace tiempo, el libro más vendido en Estados Unidos. Pero le ha salido un duro competidor: El sol y sus flores, su segundo poemario», Los Angeles Times. La autora que se ha convertido en la voz más poderosa de la actualidad y la conciencia de toda una generación.
Una nueva edición plasmará las voluntades que el escritor recogió en su original
Christoph Niemann es ilustrador, diseñador y artista, aunque una vez visto su trabajo casi que preferimos quedarnos con la descripción que de sí mismo hace en Instagram, un visual storyteller. Y es que Niemann es un verdadero narrador de historias –eso sí, ilustradas– que nacen de los objetos cotidianos que encuentra a su alrededor y de su ingente imaginación.
Los seres humanos iniciaron sus grandes migraciones desde África hace más de 65.000 años, y, aunque hasta poco no se reconocían grandes migraciones del Australopitecos se han hallado muestras de fl…
Local Historians Fight To Commemorate 'Little Syria'
Antiques and French-inspired decor fill style icon Iris Apfel’s exuberant three-bedroom Park Avenue apartment
Imagen: El Periódico Sufragistas: histéricas, feas y (muy) amargadas. El filme 'Sufragistas', que se estrena el viernes y en el que aparecen Meryl Streep y Helena Bonham Carter, rescata del olvido a un colectivo a menudo olvidado y brutalmente caricaturizado. El movimiento británico, que se radicalizó antes de la Primera Guerra Mundial, fue reprimido y estigmatizado, y dejó un puñado de enseñanzas a las siguientes generaciones. Núria Marrón | El Periódico, 2015-12-13 http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/sufragistas-histericas-feas-amargadas-4744220 Aquel 10 de marzo de 1914, la periodista y sufragista Mary Raleigh Richardson escondió un cuchillo de carnicero entre sus ropajes y, a paso ligero, se acercó a 'La Venus del espejo' de Velázquez que colgaba en la National Gallery de Londres. Cuando el vigilante vio que una dama de aspecto menudo y respetable se liaba a cuchillazos contra el lienzo, del susto se cayó literalmente de la silla. Así que en lo que el hombre tardó en recuperar la compostura, a la activista le dio tiempo de propinar siete cortes limpios que, dicho sea de paso, fueron reparados sin problemas. El suceso, adivinarán, fue descrita por la prensa como el desvarío aislado de una histérica que no podía soportar la belleza femenina. ¿Acaso las sufragistas no eran tipas feas y frustradas porque «no habían hallado en un hombre el amor ni en la sociedad un hogar seguro y confortable donde vivir y soñar»?, se preguntaban a diario los columnistas. Sin embargo, el 'acuchillamiento', descrito de forma melodramática por 'The Times' como si se tratara del cuerpo de una mujer -«el golpe más grave fue una herida cruel en el cuello»-, tenía más que ver con la política que con el psicoanálisis barato. El suceso era la respuesta a la detención, el día anterior, de Emmeline Pankhurst, líder de la Women's Social and Political Union (WSPU), el ala radicalizada del sufragismo que, tras décadas exigiendo sin éxito el voto femenino, dijo que ya iba siendo hora de pasar a la acción. «Hechos, no palabras» pasó a ser la proclama-fetiche. Misoginia asfixiante Y ya iba siendo hora, según Pankhurst y sus seguidoras, porque la primera petición que se había tramitado ante el Parlamento databa de 1832. Porque ya en 1866, el economista y filósofo liberal John Stuart Mill impulsó una nueva enmienda firmada por 1.500 mujeres que se apuntalaba en argumentos tan 'locos' para la época como que «si la libertad es buena para el hombre lo es también para la mujer». Y porque todas las campañas, exposiciones, charlas y banquetes que se organizaron en adelante se estrellaron siempre contra el mismo lugar: el desdén de sus señorías. La misoginia, cabe decir, era totalitaria y asfixiante. En plena revolución francesa, Olympe de Gouges escribió la 'Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadanía' y acabó en la guillotina. Y para las cabezas pensantes del siglo XIX, de Hegel a Schopenhauer y de Nietzsche a Kierkegaard, la mujer era o bien esa mano invisible que te lavaba los calzones en casa o bien «objetos de fabulación» (palabras de Nietzsche) etéreos, de larga melena y aspecto tísico que no podían hecer otra cosa que morir de amor. A ras de suelo, estos delirios tenían traducciones muy prosaicas: las obreras cobraban dos tercios menos; las rentas y posesiones pasaban a ser del marido al casarse; los señores podían infligir malos tratos amparados en las prerrogativas maritales; los padres ostentaban la patria potestad de los hijos e incluso podían darlos en adopción sin el consentimiento de la madre, y las sospechosas de ejercer la prostitución eran cazadas literalmente en la calle y sometidas a pruebas periódicas de enfermedades venéreas mientras los clientes entraban y salían cómodamente de los burdeles. Las urnas como medio Las mujeres, muy involucradas en el abolicionismo, fueron arañando parcelas educativas, pero todos estos agravios civiles se erigieron en «un muro contra el que dos generaciones de mujeres chocaron una y otra vez -explica la filósofa Amelia Valcárcel-. Y llegó un momento en el que comprendieron que, sin voto, todo lo demás no podría cambiarse". El sufragio no era "la única preocupación, pero acabó uniendo las expectativas de renovación social, moral, política y hasta vital", afirma la investigadora en estudios de género Laia Fernández, que pone estas coordinadas al sufragismo: "Se desarrolló en un periodo de ebullición política, científica y social que constituyó la transición de la Inglaterra victoriana a la eduardiana y donde se pretendía la consecución de la ciudadanía, que excluía a un porcentaje de hombres y a todas las mujeres. Pero el desafío al orden patriarcal se percibía con mucho más temor que el de las clases trabajadoras". En 1897 nació el National Union of Women's Suffrage Societies, el flanco moderado. Y en 1903 llegó el turno de la WSPU de Pankhurst, que aumentó el voltaje de sus protestas en 1912, cuando el Parlamento desestimó las propuestas encaminadas a aprobar el voto femenino. Lo cierto es que el tutorial contestatario de este grupo provocó escisiones, cogió por las solapas al Gobierno y anticipó un repertorio de acciones que han llegado hasta hoy. «Nos traen sin cuidado vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la libertad y la dignidad de la mujer por encima de esas consideraciones y vamos a seguir esa guerra como lo hicimos en el pasado, pero no seremos responsables de las propiedades que sacrifiquemos o de los perjucios que sufran-dijo Pankhurst-. De todo ello será culpable el Gobierno que, a pesar de admitir que nuestras peticiones son justas, se niega a satisfacerlas». En un pulso desigual pero feroz con el poder, las sufragistas del WSPU se entrenaron como guerrilla urbana y practicaron el arte marcial jiu jitsu para defenderse de cargas brutales y detenciones masivas; se encadenaron en las verjas de edificios públicos; organizaron escraches a miembros del Gobierno; hacían pintadas en las que exigían «voto para las mujeres, castidad para los hombres», y apedrearon escaparates de comercios. «141 actos de destrucción» También se encaramaron a los tejados con megáfonos, boicotearon la representación del cuerpo femenino en los museos, echaron ácido en los buzones, se escondieron en órganos para sabotear actos, cortaron hilos de telégrafo y, cuando doblaron sus acciones violentas, atentaron con artefactos contra casas de campo vacías, estaciones, puertos y pabellones que nunca buscaron ni se cobraron víctimas. En junio de 1913, Emily Davison murió al ponerse frente al caballo del rey Jorge en el derby de Epsom. Y en marzo de 1914, en Glasgow, libraron una batalla campal con la policía. Los agentes dispararon balas de fogueo y las mujeres, que se defendían a paraguazos de los golpes de porra, contestaron lanzando macetas y sillas. Los primeros meses de aquel año, la prensa inventarió hasta «141 actos de destrucción». «Las sufragettes, como despectivamente se llamó a las activistas radicalizadas, eran mujeres de su tiempo y no se inventaron la acción directa -explica la historiadora Elena Fernández-. Sin embargo, sí tenían un gran sentido del espectáculo y olfato mediático para llamar la atención de la prensa y presionar al Gobierno. Cabe decir que tanto las sufragistas moderadas como las combativas eran rupturistas al máximo, teniendo en cuenta la mentalidad de la época». En este sentido también abunda Laia Fernández: «El belicismo de las 'suffragette's sorprende e incomoda a la sociedad patriarcal, acostumbrada a la pasividad y buena conducta femenina y, al mismo tiempo, llama extraordinariamente la atención de un público ávido de historias sorprendentes. Así, encontramos a las buenas feministas, aquellas que no militan y son pacientes, y pueden trabajar con y como los hombres, y las malas, o feas o lesbianas o feminazis que buscan transformar la sociedad y dan mucho miedo a las estructuras patriarcales, que temen perder el control. Pero cuidado con las polarizaciones: ocultan que las bases eran versátiles y muchas veces superaban las diferencias políticas o estas, para ellas, no estaban tan claras. Han sido los estudiosos a quienes les ha interesado mostrarlas divididas para menospreciarlas». Brutal represión Y a todo esto, ¿cómo reaccionó el poder? Pues primero las ignoró y luego basculó entre la burla y la represión brutal. Las cargas eran tremendas. Y tras las detenciones, las sufragistas, que exigían estatus de presas políticas, siguieron huelgas de hambre contestadas con alimentación forzosa, una técnica que les provocó secuelas muy graves. Tal fue así que se aprobó la ley el Gato y el Ratón, por la cual se estableció que, cuando el estado físico de las presas (ratones) fuera grave, serían puestas en libertad por la autoridad (el gato) y, una vez recuperadas, volverían a ser detenidas y encarceladas. Y así ad infinitum. Las críticas, imaginarán, les llovían de todas partes. Los antisufragistas decían que el voto femenino convertiría el Parlamento en una especie de folletín sentimental y mataría el amor, la familia e incluso «la virilidad del imperio británico». Pero también recibieron reveses del movimiento obrero, que a menudo las tachó de panda de burguesas solo interesadas en acceder a los privilegios masculinos. «Es cierto que había muchas señoras acomodadas, pero también que el movimiento creció de forma exponencial a finales del siglo XIX y principios del XX y que también había obreras –dice Elena Fernández–. Sin embargo, las mujeres de clases populares tenían urgencias como qué podían preparar para cenar o cómo pagarían su habitación insalubre. Y, claro, tenían menos educación y tiempo para la política, entre el trabajo y la casa. Además, también hubo activistas que prefirieron enrolarse en partidos y sindicatos de clase». Primera Guerra Mundial Luego llegó la primera guerra mundial y, además de poner en barbecho la lucha, sumó nuevas escisiones, incluso alrededor de la chimenea de las Pankhurst. Mientras Emmeline apoyó la contienda, pensando que si las mujeres estaban a la altura no les podrían negar luego el voto, su hija Sylvia, socialista y pacifista, abominó de esta estrategia. Al final, las mayores de 30 años pudieron votar a partir de 1918 y, 10 años más tarde, lograron que se equiparara la edad a la de los hombres: 21. Sin embargo, para esa fecha ya quedaba meridianamente claro que los derechos políticos no iban a transformar por sí solos las vidas de las mujeres. ¿Pero sumó o restó a la causa el radicalismo de WSPU? Hay consenso en que todo contribuyó en un movimiento general que se sostuvo durante décadas y logró alianzas internacionales. Pero también es cierto que, aunque las acciones combativas fueron usadas para criminalizar la lucha y menospreciar a las 'suffragettes' en la historiografía, aquellas mujeres dieron una imagen pública inusual –«organizadas, creativas, transgresoras, beligerantes y solidarias», apunta Laia Fernández– y anticiparon el feminismo de acción de grupos actuales como Pussy Riot. Muy a su pesar, también acusaron tics perversos que han llegado hasta hoy. Primer tic: la reticencia masculina a renunciar a sus privilegios. Y segundo tic: sirvan estas ilustraciones para cerciorarse de que, como hace un siglo, si se quiere desacreditar a una feminista no hace falta rebatir argumentos: a menudo basta con caricaturizarla vieja, fea y (muy) insatisfecha.
Learn about how memory works — and how to keep yours sharp — with these fascinating reads.
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