Bela Lugosi life-sized sculpture by Mike Hill You may recall that DM has previously featured the work of LA-based master sculptor Mike Hill, and his uncanny life-sized sculpt of FX pioneer Ray Harryhausen being served tea and cookies by his skeleton minions. A close up of Nosferatu (or Count Orlok) sculpture by Mike Hill Widely considered by his peers and fans as one of the greatest sculptors living today, Hill’s deep admiration for his ground-breaking predecessors such as Lon Chaney, Jack Pierce and Rick Baker (and their respective monsters), are brought back to life in his sculptures. Hill has created many sculptures based on the classic monsters created by his heroes like Frankenstein’s monster (based on Karloff’s portrayal in the 1931 film Frankenstein) or the Mummy (also famously played by Karloff in 1932’s The Mummy). Hill has even done life-sized sculptures of Baker (who’s still making monsters and is very much alive) and Pierce in action alongside their iconic, monstrous masterpieces. Many images of Hill’s shockingly life-like sculptures that even when seen are hard to believe aren’t actually the real thing, follow. Life-sized sculpture of makeup artist Jack Pierce putting the...
Archeologists believe they discovered Dracula's Dungeon in Turkey. Archeologists believe they may have discovered Dracula's Dungeon, the very place where Vlad the Impaler was believed to have been held hostage in the early 15th century.
Nosferatu (1922) film review.
El 7 de marzo no pienso dormir. Con las jogginetas puestas, un termo de té verde y la cabeza en off sintonizaré la entrega de los Oscar, previa inmersión en la alfombra roja y los apuntes ofídicos de Joan Rivers sobre los modelitos de las estrellas de turno. Joan Rivers es malísima y me encanta. Por momentos se le salta la cadena y no filtra. O filtra pero a uno le parece que jamás tuvo un editor. Por lo general la gente que no filtra tiene mala prensa pero ejerce una fascinación morbosa, porque oficia de ventrílocuo personal. Pido disculpas por la pésima imagen que pueda ofrecer, pero para mí es epifánico que alguien convoque a una conferencia de prensa y la cierre, por ejemplo, con un "sigan mamando". Retiro las disculpas. La pésima imagen me chupa un huevo. Hay que verlo todo. Incluido lo que se perpetra en Hollywood. En todas partes hay pistas, hay señuelos. El malestar en la cultura no perdona y el Kodak Theatre también tiene sus grietas. Ah ... todo lo sólido se desvanece en el aire. Lástima que el capitalismo salvaje tarde tanto. Mientras espero, no pienso perderme ninguna peli nominada (empecé con la opereta Avatar y no pararé aunque me caiga redonda cuando la transmisión se acabe). Parece que este año prohibieron los llantos (Gwyneth Paltrow me dedicó hace años un lloriqueo marmota e in crescendo que me condujo al meo sin escalas) y los discursos diarreicos. Una pena. Me divierte el llanto seco y sus muecas ad-hoc tanto como los asesores de vestuario que sacan un papel arrugado y se acuerdan hasta de sus tías paralíticas de Oklahoma. Warhol habló de quince minutos de fama. Pero a la gente le das la mano y te agarra el codo. En Up in the Air, en cambio, te sueltan la mano sin piedad. Es ridículo que alaben la agudeza del director Jason Reitman dada su juventud. Supongo que Jason ya era agudo en el kinder. Es como cuando le perdonan la crueldad a un viejo. O la psicopatía a un enfermo. Como cuando dicen que una peli es "digna", pese a su pobre presupuesto. Que yo sepa, los hijos de puta también fueron niños, la enfermedad no te vuelve bueno y la dignidad no depende de cuánto tengas en el bolsillo. El orden del mundo sí podría sacudirte. Pero las cartas se echaron, deliberadamente, para que se desate el monstruo que llevamos dentro. Up in the Air no es un drama social sobre el desempleo o el cinismo de los que despiden gente. Clooney está perfecto en su papel, porque tendría la misma expresión en un funeral o una fiesta swinger. Trabaja trepándose a los aviones y poniendo en la calle a empleados de todo el mapa norteamericano, para una empresa que tercerizó el amargo trance de notificar el raje. Ya sabemos que la compasión es una cuestión de distancia, geográfica y temporal. Es más fácil solidarizarse con las víctimas del terremoto de Haití que con los hambrientos del tercer cordón del conurbano, o la vecina de la casa de enfrente. Y más fácil homenajear a los muertos que gritar por los vivos en problemas. De lejos todos somos de izquierda. De cerca, unos fachos impresentables. Del mismo modo, a nadie le gusta mancharse las manos y hace lo que puede para alejarse del escenario del crimen con cara de "yo no fui". Para matar se contratan sicarios (cada vez salen más baratos) y para sacarse empleados de encima se les hace la vida insoportable para que se vayan solos y ahorrarse la indemnización; se le encomienda la tarea a un lacayo de segunda línea, ebrio de poder momentáneo; o se contrata a un Clooney carismático que intenta convencerte de que así, besando la lona, empezaron los creadores de imperios, dulcificando con mohínes estilo "papi te bate la posta" tu tránsito hacia el limbo. Incluso puede ensayarse el despido por video-conferencia, para no tener que mirar a los ojos a quien recibe la patada en el culo. Si existe el sexo virtual, ¿por qué no podrían sacrificarte electrónicamente?. Up in the air tampoco es una comedia romántica. No hay final feliz a la vista, para nadie. La hermana mayor de Clooney acaba de divorciarse y la frustración le ha tallado la cara. Su hermana menor se encamina a un matrimonio de cartón pintado. De hecho, se inventa una luna de miel por el mundo pidiéndole a su hermano, que bate récords en millas aéreas, que fotografíe una gigantografía de la pareja junto a monumentos ilustres. Y la par laboral de Clooney (la Alex de una gloriosa Vera Farmiga que hace rato viene pidiendo pista para un protagónico y le espeta "soy como vos, pero con vagina") se fuga de su rutina doméstica trampeando con un cándido Clooney en encuentros de hotel. Up in the Air no es un melodrama sobre la soledad de la clase ejecutiva. Clooney da cursos de "motivación" explicando las bondades de aligerar el peso de nuestras valijas. Porque hay que moverse. Rápido. Está entrenado en la adrenalina de la repetición mecánica y anestesiado por la certeza de esa repetición. Ha roto todo vínculo emocional, vive de hotel en hotel y acumula, como su amante Alex, tarjetas de plástico que ni de lejos tienen el glam de aquéllas de la competencia tarjetera en American Psycho. Está sujeto a la ley del gallinero tanto como aquéllos a los que les cortará la cabeza, con la mayúscula diferencia de que debajo de su cabeza hay una red material construida al precio de amputarse el corazón. Up in the air no es un análisis sobre las distintas formas de decir el tan en boga "estás nominado", un hit de los realities devenido versión contemporánea de la "sociedad del examen" auscultada por Michel Foucault. Hay quienes se regodean en decirlo, quienes creen que es más benevolente que lo digan ellos y no otros (como Clooney) y otros que directamente no pueden soportar decirlo (como la nueva especialista en recursos humanos que cree llevarse el mundo por delante y renuncia inmediatamente con el cerebro partido). Tampoco es una película sobre lo lejos que ha quedado la "revolución", en un mundo donde todos se desesperan para conservar su puesto en lugar de cargar contra la patronal burguesa. Ya no hay toma por asalto del Palacio de Invierno. Hay ola de suicidios en France Telecom. Up in the Air es todo eso y algo más. Algo horrible. Algo horrible que Reitman muestra sesgadamente, sin estridencias ni subrayados, con un sentido exacto del rol de cada personaje secundario y una ausencia casi total de planos cortos, mientras suena una música ligera de sábado a la tarde. La vedette de las tres películas de Reitman es el aparato fónico. En Gracias por fumar, para ganarse la vida poniendo en duda la maldad de las tabacaleras. En Juno, para reivindicar la ausencia de deseo maternal. Y en Up in the Air, para mostrar que está ahí pero no sirve para nada. En Up in the Air se cortó la comunicación. Y ni siquiera la salida individual es una salida. No solo para Clooney (es evidente) sino tampoco para la "clase media" que se inventa viajes imaginarios. En una escena presuntamente "periférica" y estremecedora, que en realidad es el núcleo duro de un film en el que lo demás bordea el McGuffin, Clooney intenta convencer a su futuro cuñado de que por favor no plante a la hermana en el casorio y entre a la iglesia. Su futuro cuñado es agente inmobiliario (empleo simbólicamente gris, si los hay) y no está sufriendo un ataque de pánico pre-boda. Está frente a una demoledora crisis de sentido. Dice: "me caso, trabajo, ahorro, tengo un hijo, ahorro, trabajo, tengo otro hijo, sigo ahorrando, envejezco, engordo, me quedo pelado, me enfermo, me muero. ¿Para qué?". Clooney no lo consuela con una monserga estilo La vida es bella. Asiente y repite "¿para qué?". Y le pide que no deje a su hermana, con cara de "es mejor atravesar el desierto en compañía". En la enumeración del cuñado de Clooney está la condena al Erlebnis y la desparición del Erfahrung que Walter Benjamin diagnosticó en 1936, cuando escribió el ensayo "El Narrador". En alemán, esos dos términos significan "experiencia". Pero el Erlebnis es la vivencia aislada, superficial y efímera y el Erfahrung (vinculado a la noción de peligro expresada como gefahr) es la inmersión del sujeto en el acontecimiento, que puede articularse en una "narración" oral. Cuando volvemos a casa y nos preguntan qué hicimos durante el día, probablemente respondemos "lo de siempre". No podríamos hacer, de nuestro día, un relato. No podríamos convertirlo en una historia digna de ser contada. Benjamin citaba como ejemplo a los soldados que retornaban del frente luego de la Primera Guerra Mundial, silenciosos y brutalmente empobrecidos a nivel comunicativo. Tantas décadas más tarde, el empobrecimiento es devastador, aunque vivamos pronunciando palabras. Palabras-baba. Palabras-ruido. La guerra continúa por otros medios. Nuestra lengua es la de los loros. No tenemos realmente nada qué decir. No podemos intercambiar experiencias. No nos movemos horizontalmente ni vamos hacia abajo. Nos perdemos arriba de las cosas. Up in the air. Fotos: Up in the Air, Jason Reitman, 2009.
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Nosferatu (1922) film review.
El 7 de marzo no pienso dormir. Con las jogginetas puestas, un termo de té verde y la cabeza en off sintonizaré la entrega de los Oscar, previa inmersión en la alfombra roja y los apuntes ofídicos de Joan Rivers sobre los modelitos de las estrellas de turno. Joan Rivers es malísima y me encanta. Por momentos se le salta la cadena y no filtra. O filtra pero a uno le parece que jamás tuvo un editor. Por lo general la gente que no filtra tiene mala prensa pero ejerce una fascinación morbosa, porque oficia de ventrílocuo personal. Pido disculpas por la pésima imagen que pueda ofrecer, pero para mí es epifánico que alguien convoque a una conferencia de prensa y la cierre, por ejemplo, con un "sigan mamando". Retiro las disculpas. La pésima imagen me chupa un huevo. Hay que verlo todo. Incluido lo que se perpetra en Hollywood. En todas partes hay pistas, hay señuelos. El malestar en la cultura no perdona y el Kodak Theatre también tiene sus grietas. Ah ... todo lo sólido se desvanece en el aire. Lástima que el capitalismo salvaje tarde tanto. Mientras espero, no pienso perderme ninguna peli nominada (empecé con la opereta Avatar y no pararé aunque me caiga redonda cuando la transmisión se acabe). Parece que este año prohibieron los llantos (Gwyneth Paltrow me dedicó hace años un lloriqueo marmota e in crescendo que me condujo al meo sin escalas) y los discursos diarreicos. Una pena. Me divierte el llanto seco y sus muecas ad-hoc tanto como los asesores de vestuario que sacan un papel arrugado y se acuerdan hasta de sus tías paralíticas de Oklahoma. Warhol habló de quince minutos de fama. Pero a la gente le das la mano y te agarra el codo. En Up in the Air, en cambio, te sueltan la mano sin piedad. Es ridículo que alaben la agudeza del director Jason Reitman dada su juventud. Supongo que Jason ya era agudo en el kinder. Es como cuando le perdonan la crueldad a un viejo. O la psicopatía a un enfermo. Como cuando dicen que una peli es "digna", pese a su pobre presupuesto. Que yo sepa, los hijos de puta también fueron niños, la enfermedad no te vuelve bueno y la dignidad no depende de cuánto tengas en el bolsillo. El orden del mundo sí podría sacudirte. Pero las cartas se echaron, deliberadamente, para que se desate el monstruo que llevamos dentro. Up in the Air no es un drama social sobre el desempleo o el cinismo de los que despiden gente. Clooney está perfecto en su papel, porque tendría la misma expresión en un funeral o una fiesta swinger. Trabaja trepándose a los aviones y poniendo en la calle a empleados de todo el mapa norteamericano, para una empresa que tercerizó el amargo trance de notificar el raje. Ya sabemos que la compasión es una cuestión de distancia, geográfica y temporal. Es más fácil solidarizarse con las víctimas del terremoto de Haití que con los hambrientos del tercer cordón del conurbano, o la vecina de la casa de enfrente. Y más fácil homenajear a los muertos que gritar por los vivos en problemas. De lejos todos somos de izquierda. De cerca, unos fachos impresentables. Del mismo modo, a nadie le gusta mancharse las manos y hace lo que puede para alejarse del escenario del crimen con cara de "yo no fui". Para matar se contratan sicarios (cada vez salen más baratos) y para sacarse empleados de encima se les hace la vida insoportable para que se vayan solos y ahorrarse la indemnización; se le encomienda la tarea a un lacayo de segunda línea, ebrio de poder momentáneo; o se contrata a un Clooney carismático que intenta convencerte de que así, besando la lona, empezaron los creadores de imperios, dulcificando con mohínes estilo "papi te bate la posta" tu tránsito hacia el limbo. Incluso puede ensayarse el despido por video-conferencia, para no tener que mirar a los ojos a quien recibe la patada en el culo. Si existe el sexo virtual, ¿por qué no podrían sacrificarte electrónicamente?. Up in the air tampoco es una comedia romántica. No hay final feliz a la vista, para nadie. La hermana mayor de Clooney acaba de divorciarse y la frustración le ha tallado la cara. Su hermana menor se encamina a un matrimonio de cartón pintado. De hecho, se inventa una luna de miel por el mundo pidiéndole a su hermano, que bate récords en millas aéreas, que fotografíe una gigantografía de la pareja junto a monumentos ilustres. Y la par laboral de Clooney (la Alex de una gloriosa Vera Farmiga que hace rato viene pidiendo pista para un protagónico y le espeta "soy como vos, pero con vagina") se fuga de su rutina doméstica trampeando con un cándido Clooney en encuentros de hotel. Up in the Air no es un melodrama sobre la soledad de la clase ejecutiva. Clooney da cursos de "motivación" explicando las bondades de aligerar el peso de nuestras valijas. Porque hay que moverse. Rápido. Está entrenado en la adrenalina de la repetición mecánica y anestesiado por la certeza de esa repetición. Ha roto todo vínculo emocional, vive de hotel en hotel y acumula, como su amante Alex, tarjetas de plástico que ni de lejos tienen el glam de aquéllas de la competencia tarjetera en American Psycho. Está sujeto a la ley del gallinero tanto como aquéllos a los que les cortará la cabeza, con la mayúscula diferencia de que debajo de su cabeza hay una red material construida al precio de amputarse el corazón. Up in the air no es un análisis sobre las distintas formas de decir el tan en boga "estás nominado", un hit de los realities devenido versión contemporánea de la "sociedad del examen" auscultada por Michel Foucault. Hay quienes se regodean en decirlo, quienes creen que es más benevolente que lo digan ellos y no otros (como Clooney) y otros que directamente no pueden soportar decirlo (como la nueva especialista en recursos humanos que cree llevarse el mundo por delante y renuncia inmediatamente con el cerebro partido). Tampoco es una película sobre lo lejos que ha quedado la "revolución", en un mundo donde todos se desesperan para conservar su puesto en lugar de cargar contra la patronal burguesa. Ya no hay toma por asalto del Palacio de Invierno. Hay ola de suicidios en France Telecom. Up in the Air es todo eso y algo más. Algo horrible. Algo horrible que Reitman muestra sesgadamente, sin estridencias ni subrayados, con un sentido exacto del rol de cada personaje secundario y una ausencia casi total de planos cortos, mientras suena una música ligera de sábado a la tarde. La vedette de las tres películas de Reitman es el aparato fónico. En Gracias por fumar, para ganarse la vida poniendo en duda la maldad de las tabacaleras. En Juno, para reivindicar la ausencia de deseo maternal. Y en Up in the Air, para mostrar que está ahí pero no sirve para nada. En Up in the Air se cortó la comunicación. Y ni siquiera la salida individual es una salida. No solo para Clooney (es evidente) sino tampoco para la "clase media" que se inventa viajes imaginarios. En una escena presuntamente "periférica" y estremecedora, que en realidad es el núcleo duro de un film en el que lo demás bordea el McGuffin, Clooney intenta convencer a su futuro cuñado de que por favor no plante a la hermana en el casorio y entre a la iglesia. Su futuro cuñado es agente inmobiliario (empleo simbólicamente gris, si los hay) y no está sufriendo un ataque de pánico pre-boda. Está frente a una demoledora crisis de sentido. Dice: "me caso, trabajo, ahorro, tengo un hijo, ahorro, trabajo, tengo otro hijo, sigo ahorrando, envejezco, engordo, me quedo pelado, me enfermo, me muero. ¿Para qué?". Clooney no lo consuela con una monserga estilo La vida es bella. Asiente y repite "¿para qué?". Y le pide que no deje a su hermana, con cara de "es mejor atravesar el desierto en compañía". En la enumeración del cuñado de Clooney está la condena al Erlebnis y la desparición del Erfahrung que Walter Benjamin diagnosticó en 1936, cuando escribió el ensayo "El Narrador". En alemán, esos dos términos significan "experiencia". Pero el Erlebnis es la vivencia aislada, superficial y efímera y el Erfahrung (vinculado a la noción de peligro expresada como gefahr) es la inmersión del sujeto en el acontecimiento, que puede articularse en una "narración" oral. Cuando volvemos a casa y nos preguntan qué hicimos durante el día, probablemente respondemos "lo de siempre". No podríamos hacer, de nuestro día, un relato. No podríamos convertirlo en una historia digna de ser contada. Benjamin citaba como ejemplo a los soldados que retornaban del frente luego de la Primera Guerra Mundial, silenciosos y brutalmente empobrecidos a nivel comunicativo. Tantas décadas más tarde, el empobrecimiento es devastador, aunque vivamos pronunciando palabras. Palabras-baba. Palabras-ruido. La guerra continúa por otros medios. Nuestra lengua es la de los loros. No tenemos realmente nada qué decir. No podemos intercambiar experiencias. No nos movemos horizontalmente ni vamos hacia abajo. Nos perdemos arriba de las cosas. Up in the air. Fotos: Up in the Air, Jason Reitman, 2009.
Discover photo galleries from 44 of Werner Herzog’s films and dive into the world of the director’s imagery.
Before Dracula, before Nosferatu, there was...CARMILLA. Inspired by the gothic novel that started the vampire genre and layered with dark Chinese folklore, this queer, feminist murder mystery graphic novel is a tale of identity, obsession and fateful family secrets. At the height of the Lunar New Year in 1990s New York City, an idealistic social worker turns detective when she discovers young, homeless LGBTQ+ women are being murdered and no one, especially the police, seems to care. A series of clues points her to Carmilla's, a mysterious nightclub in the heart of her neighborhood, Chinatown. There she falls for the next likely target, landing her at the center of a real-life horror story—and face-to-face with illusions about herself, her life, and her hidden past. “A sophisticated and modern reimagination of one of the great classics of the horror genre, Chu and Lee have crafted a Vampire story you do not want to miss.”—James Tynion IV (Something Is Killing The Children, The Department of Truth) “Part of the challenge when writing about the Asian-American experience is attempting to define something that feels so amorphous. Chu and Lee ingeniously meld one of Western horror's oldest icons with the touchstones of the East.”—Pornsak Pichetshote (The Good Asian, Infidel) "Amy Chu and Soo Lee have cut a perfect gem of a story from the collective unconscious, with an archetypal monster that’s at once both deeply mysterious and itchingly familiar—like anything that truly haunts us.” —Lilah Sturges (House of Mystery, The Science of Ghosts) "A refreshing take on vampire lore. Athena is the kind of heroine everyone craves; empathetic and grounded, but also flawed. [Carmilla is] subtle in its storytelling, yet evocative in its world-building.”—Ethan Young (Nanjing: The Burning City, Life Between Panels) “Carmilla is an itch in the back of your head, the horror of knowing something’s right behind you, whether it be a creature, a nightmare, or a terrible love. Amy Chu and Soo Lee weave a beautiful tale full of mystery in an unsettling New York. I highly recommend it.”—Chip Zdarsky (Batman, Sex Criminals) "Amy and Soo are the perfect new blood to revive this gothic classic. Dripping with style, this seductive story is sure to leave a mark."—Casey Gilly (Buffy the Last Vampire Slayer, Ravenloft: Orphan of Agony Isle) "In Carmilla, Chu and Lee open the doors to a dangerous and yet seductive world where I wanted to stay in more and more at every page turn, like a moth drawn to the flame."—Fàbio Moon (Daytripper, Casanova) Read Full OverviewProduct DetailsISBN-13: 9781506734644 Media Type: Paperback Publisher: Dark Horse Comics Publication Date: 02-28-2023 Pages: 112 Product Dimensions: 6.40(w) x 8.90(h) x 0.50(d)About the Author Amy Chu is a writer for comics and TV, currently with the Netflix anime series DOTA: Dragon’s Blood. Her comics work include an acclaimed run on Red Sonja; for DC and Marvel, she’s written stories for Wonder Woman, Poison Ivy, Deadpool, Ant-Man and Iron Man. For young readers, she has written the graphic novels Sea Sirens and Sky Island (Penguin Random House) and Ana & the Cosmic Race (Papercutz). Soo Lee is a comic artist and illustrator who has worked on various covers and sequential art for Image, Oni Press, and the Ahoy series, Ash & Thorn with Mariah McCourt, which has been optioned for TV. She has also done editorial illustrations for Analog Sci-Fi Magazine and Sierra Magazine, and the iconic cover art for the Ringo Award winning anthology, Mine! By ComicMix.